LA MUERTE, LA VIRGEN Y LA “SANTA MUERTE”, UN CULTO ANCESTRAL
La “Santa Muerte”, un cadáver viviente… Un Ente o entidad auxiliar al servicio del Altísimo La imagen de la muerte que vive o de la vida que no muere… Para cualquier occidental sensato, un verdadero contrasentido, una locura. Incluso, algo demoniaco. Pero para el precolombino al que heredó el latinoamericano promedio, una realidad que excede la suposición del cristiano tradicional y del mismísimo culto celta o de cualquier otro culto grecolatino con herencia mesopotámica ancestral, -al que el cristiano occidental heredó-o el precolombino estatuyó a la muerte como un dios regente para todo individuo fallecido tal que dios actuante a modo de fenómeno natural parte del Ser trascendental que lidia con la vida y la propicia: los cultos precolombinos personificaban a la muerte como estado o condición presente y actuante del Logos ontológico que dispone la vida como una pequeña oportunidad el Emisario que al concluir la oportunidad vital del Hombre, se presentaba a recoger el alma para llevarla al Mictlán, el inframundo clásico… Mictecazihuatzin, “la Dama habitante del inframundo“, adviene así en ‘diosa-madre’, la originaria razón de no ser como el principio desde donde el Ser arranca … En el fondo, algo muy parecido al budismo la disolución en el todo cósmico como forma de terminar los karmas de una y toda vida: volver a Ser no siendo…
De dónde ha salido
el credo de la “Santa Muerte“? Porque la adoración que se hace a un verdadero
esqueleto vestido con una túnica blanca, roja o negra según sea su adscripción
o advocación es una verdadera adoración a lo inconsistente, a lo irracional, a
la anti-vida… Y se hace! Mictlán era, como en los pueblos antiguos en el
principio del mundo, el destino post-mortem de los ya fallecidos que yacían en
un espacio indefinido cuyo destino era, para el individuo ordinario, la permanencia
in vita justamente allí (sin contar con que al héroe de guerra, en América, le
esperaba Tonatiuh, el sol, como compañero en un estadio paradisiaco. Pero al
guerrero solamente, la idea de dominio y conquista que siempre y todos los
pueblos han tenido sobre sus vecinos…). La permanencia en el Mictlán,
traducción exacta del inframundo o hades clásico y tradicional era la misma:
espacio permanente, descarnado, de vegetamiento inhóspito… Un destino miserable
tras la existencia… Una razón innecesaria de Ser… Un destino imposible, un
“desaguisado cósmico”…
Los primeros que
intentaron darle un sentido o una razón de ser a la vida fueron los hindúes
inventaron la pulsación Ser-No Ser, que implicaba superar la existencia física material
en aras de la disolución en el Ethos universal, de donde venimos… Después vino Zaratustra
y su teoría de la dualidad Bien-Mal como “lucha por la existencia” y
preservación del mundo. De ahí, al judaísmo, y luego al cristianismo. A la par,
los griegos desarrollaron la teoría del elíseo como glorificación de sus héroes
y poco después como destino de los “bien portados”, donde el hades, entonces,
el inframundo, advino como inferno… Nuestros pueblos originarios en América no
conocieron esos desarrollos. Ellos se quedaron con los principios primigenios
donde no había explicación. La Muerte resultó sagrada, una especie de “vuelta
al origen”… El paso a la naturalidad cósmica… “solo un poco venimos aquí, solo
por breve tiempo” cantaban los poetas como destino inexorable de la vida.
Así, la “Santa
Muerte” es la resurrección del mito de Mictecazihuatl esposa de
Mictlantehcuhtli dios del inframundo -que no exactamente el Averno, entidad de castigo
y condenación, que entre los precolombinos no exista, al igual que entre los primeros
pueblos antepasados- que tomaba acción sobre los indiciados, en vida, y que marcó
toda la posibilidad de acceso al extramundo con una normalidad que horrorizó a
los conquistadores españoles…
El problema del mito
“moderno” es que descansa sobre los principios religiosos del catolicismo, en
las ideas de la religión africana, y en el sustrato ancestral propio en una conformación
suigéneris que resulta una sincrésis imposible… Y a mucha gente no le parece confiable
ni lógico… Se dice que es religión de delincuentes y narcos… Pero se ha
extendido por amplios sectores de la población hasta ver ‘santuarios’ de esta
calavera en todos lados, hasta en Sudamérica, que se precian de ser de raigambre
puramente europea… En Argentina norte, por ejemplo, se le rinde culto, al igual
que en Paraguay sur y en Brasil sur también aunque con otras denominaciones locales
en Argentina, aparece asociada a san Gauchito Gil (un bandido tipo Robin Hood
de la época colonial) -al igual que en el México moderno ha aparecido un culto
sui-generis a Malverde, un ‘santo narco-traficante’ que ayuda a sus compinches-
aunque también hay que entender: ’San Gauchito’ se asocia a San Muerte (una
versión masculina de la muerte) con toda devoción-; pero ‘Gauchito’ aparece
asociado a ‘San Muerte‘, ‘nuestro señor de la muerte’, ‘san Severo de la muerte’,
o ‘san Justo de la muerte’, todos ellos, seudónimos de una misma calavera como
la que se adora en México… En realidad, sustitutos de las ‘verdaderas’ figuras
de la ética formalmente aceptada. Ni las ‘religiones reformadas’ han podido
avanzar sobre estos cultos, quizá por su prendimiento decidido sobre el sistema
burgués…
La resurrección de
los dioses antiguos solo enuncia el fracaso de las modernas religiones políticamente
ideologizadas que solo contemplan el mundo como “lo único posible” y lo
estable, lo ‘deseable’, y ‘lo posible’: aliadas a su capitalismo depredador, no
entienden otro mundo viable y lógico como el que Dios en su momento les ha
sugerido y hasta explicitado… Y la gente necesita algo más que la sola continuidad
impasible de un sistema de cosas impersonal y ajeno a las expectativas humanas…
La suerte de “la religión formal” y de la ética civil está en precariedad, por
lo pronto, hasta que el mundo y la sociedad mundial acabe por asumir una actitud
formal ante lo que sucede, y que no sucederá porque estamos en edad terminal
que de inicio no reconoce su decadencia.
Estamos ante el
verdadero dilema del Fin irreconocible.

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